El terror funciona como un territorio donde la mirada define la intensidad del miedo: lo que se ve, lo que no se alcanza a ver y lo que observa desde la oscuridad. A partir de películas como «IT» (1990), «El hombre invisible» (1933) y «Psicosis» (1960), la columna de hoy examina cómo el género convierte el acto de mirar en una experiencia inquietante. Desde la figura de Pennywise tomando la forma de los peores miedos de los protagonistas, hasta la presencia imperceptible del hombre invisible y el ojo de Norman Bates que espía a la indefensa Marion antes de su fatídico final. Todos estos casos revelan un mismo mecanismo: el miedo nace cuando la mirada se vuelve incierta, vulnerada o insuficiente. El terror construye su poder en esa tensión entre observar y ser observado, entre la necesidad de mirar y el riesgo de hacerlo. La columna profundiza en cómo estas obras utilizan el encuadre, la ausencia de imagen y la invasión de la mirada para activar el miedo en el espectador.






