A 93 años del nacimiento de Quino, el padre de Mafalda

Un 17 de julio de 1932, en la provincia de Mendoza, nacía Joaquín Salvador Lavado Tejón. Pero el mundo lo conocería por siempre como Quino, el creador de esa niña lúcida, contestataria y entrañable que odia la sopa, Mafalda.

Desde su cuna, ya tenía destino de artista. Su apodo, diminutivo que se convertiría en firma universal, nace para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón (pintor y diseñador gráfico) con quien, a los tres años de edad, descubrió que su vocación ya estaba sellada entre lápices y papel. A los trece se anotó en la Escuela de Bellas Artes, cinco años después la abandona «cansado de dibujar ánforas y yesos» y piensa en una sola profesión posible: dedicarse al humor gráfico.

En 1954 publicó su primera página en el semanario Esto Es. “El día que publiqué mi primera página pasé el momento más feliz de mi vida” recordó años más tarde.

‘Quino’, junto a Mafalda en octubre de 2014

A partir de entonces, su humor inteligente, crítico y sensible se volvió presencia constante en medios de América Latina y Europa. En 1963, publicó Mundo Quino, su primer libro, sin palabras, pero cargado de sentido.

El gran giro llegaría en 1964 con la aparición de Mafalda en la revista Primera Plana el 29 de septiembre. La historieta, nacida como encargo publicitario que nunca se concretó, cobró vida propia: una nena que cuestiona a los adultos, al mundo, a la política y a la hipocresía, e intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo, siempre con ternura y agudeza. Publicada luego en el diario El Mundo, su éxito fue imparable. 

En 1973, Quino decidió dejar de dibujarla. Sentía que ya no necesitaba esa estructura para expresarse. Sin embargo, Mafalda nunca se fue y su vigencia se renueva con cada nueva generación.

Tras estar internado a causa de un accidente cerebrovascular, falleció a los 88 años el 30 de septiembre de 2020, un día después de haberse cumplido 56 años de la primera publicación de su tira más emblemática. Su legado quedó grabado a tinta. Él nos enseñó, con una sonrisa, a mirar el mundo con espíritu crítico y corazón sensible.

Como escribió en su propia autobiografía:
«Para intentar deshacer el embrollo, el pequeño Quino se puso a dibujar, en silencio. Hablando se arriesga uno a decir cosas equivocadas sobre el bien y el mal.»

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